Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Gálatas 6:1.

La iglesia, como cuerpo de Cristo, debe realizar una actividad terapéutica, de ayudar a sanar en vez de condenar y conducir a la muerte espiritual a quienes padecen la enfermedad del pecado.

La palabra griega que fue traducida por “restaurar” (katartizo), en nuestro texto de hoy, es la misma que se utiliza para el acto de sanar algún hueso que sufrió una fractura. Tiene que ver con un proceso terapéutico, que procura restaurar la salud de alguna parte del cuerpo afectada por la enfermedad o por un accidente.

Tanto en el clima emocional como en el espiritual, la iglesia debe constituirse en agente de salud, de bienestar, de felicidad.

Los creyentes deben, por sus actitudes y sus actos, convertirse en agentes de salud espiritual, y no en agentes patológicos. Lamentablemente, el enemigo se las ha ingeniado para que, a través de diversos enfoques religiosos que malinterpretan el sentido de las Escrituras y el espíritu del evangelio, ciertas experiencias religiosas sean fuente de enfermedad espiritual y psicológica para muchos. A través de una imagen de un Dios inflexible, controlador, manipulador, punitivo, muchos creyentes experimentan una sensación sombría y angustiante de ahogo espiritual y anímico, y las actitudes persecutorias, censuradoras y condenatorias de muchos creyentes hacen que la experiencia espiritual de muchos sea agobiante, cohibida, represiva, insoportable.

En cambio, es el propósito de Dios que las personas que acuden a la iglesia encuentren en ella sosiego y paz, contención afectiva y emocional, seguridad espiritual y comprensión, perdón, restauración y fuerza moral para levantarse de las caídas que esta vida impone.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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